martes, 30 de marzo de 2010

El baile de la seda.

El Amo Frey pide a su kajira que entretenga a los presentes con un baile. Ella asiente y se va a prepararse. Vuelve al poco rato con una fina cadena cuajada de campanillas atada en torno a su cadera. Una pieza de seda anudada sobre sus pechos, el ombligo al aire y otra a modo de falda son su único atuendo. Lleva las manos a la espalda.

Huriye se para en medio del salón. La música comienza a sonar, suave, cadenciosa. Ella adelanta una cadera y, con el cuerpo quieto, abre los brazos, dejándolos en cruz, desplegando cuatro al-hil de seda tras ella. Mantiene un brazo estirado, paralelo al suelo, y alza el otro por delante de su cuerpo, quedando oculto su rostro tras el tejido, enganchado a las pulseras de sus muñecas. Mueve la mano que mantiene en alto, ondeando como una bandera. Transmite el movimiento a todo el brazo. La seda refleja la luz en forma de ondas. La música empieza a ser más alegre y ella despliega los brazos de nuevo, tras su espalda, dejándolos quietos y contoneando su cuerpo.
Huriye oye el sonido de las múltiples campanillas, discordante pero hermoso. Su cadera, con un ritmo enloquecido, se mueve de un lado a otro, y su torso se mantiene casi inmóvil. Pareciera que va a partirse por la cintura. Comienza a caminar hacia delante, con movimientos suaves y sensuales. Los cascabeles de sus tobillos se unen a la orquesta. Empieza a girar sobre sus pies, dando dos vueltas y deteniéndose para hacer lo mismo hacia el otro lado. Termina cada giro ocultándose tras la seda, que deja entrever su figura. Da tres frenéticos giros seguidos hacia la izquierda y se arrodilla súbitamente, la espalda arqueada hacia delante y su rostro oculto por el cabello.

La kajira, desde esa posición empieza a ondear los brazos que parecen agitados por una repentina brisa. Su torso se contonea, levantándose, hasta quedar en nadu. Mueve la cadera el círculos, haciendo sonar las campanillas y se pone en pie de un movimiento que hace que su cuerpo parezca un junco mecido por el viento. Retrocede unos pasos, sin dejar de mover cada parte de su cuerpo, repleta de sensualidad. Lleva las manos a su nuca, sin que nada entorpezca en la visión de su figura, para después llevar un brazo al frente y ocultarse con la seda, caminando de nuevo hacia los libres. Coloca el otro brazo bajo el que tiene delante. Uno a la altura de la frente y otro a la altura de la boca. Los separa hasta que solo se ven sus ojos, entre un remolino de seda, provocantes y fieros.

Huriye deja caer la seda delante de su cuerpo, dejándola tirante entre los brazos, justo debajo de sus ojos. Detrás, sigue bailando. La sombra de su figura se contorsiona en una velada danza. Su mirada es brillante, embriagada. Envuelve su cuerpo con el pliego y, con los últimos compases, se arrodilla de nuevo. Su frente toca el suelo, ofreciendo su baile a los presentes y deseando que lo hayan disfrutado.

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