lunes, 7 de junio de 2010

El tiempo cambia las cosas.

Hoy paré frente a un espejo

y me observé con sorpresa

“¿Y esa mujer? ¿yo soy esa?”

Me preguntó mi reflejo.

Pues me parecí princesa

con el collar a mi cuello

brillando entre mi cabello

aún cuando debía ser presa.

¿Ha cambiado tanto aquello?

Más ¿cuánto tiempo ha pasado

de aquel día, acelerado

el corazón, sin resuello,

con el rostro arrebolado,

sin saber como actuar,

en que vendiéronme en Ar?

Se asombró hasta el encargado.

¿Cómo iba a imaginar

que una kajira ignorante

sería adquirida al instante

para el Salón del Ubar?

Y ese día fui causante,

al no tener instrucción

y por llamar la atención

de mi castigo humillante.

¡Qué vergonzosa actuación!

¡Qué servicio incompetente!

¡Vaya mentira imprudente

por buscar admiración!

¿Cómo iba a tener en mente

(¿Dónde estaba el manual?)

que hacía falta un ritual

al servir correctamente?

Y pensé “¡Bruto, animal!”

cuando la copa estrellaste

¡Y más cuando me acusaste

de asesina y desleal!

Y después me castigaste

sin camisk, desabrigada,

kajira discriminada

de las demás por contraste.

Peor que una bofetada

Tu indiferencia y desprecio,

Tu semblante recto y recio…

para mí, ni una mirada.

Pero no fue malo el precio

a pagar por mis errores

porque sembró los albores

para con vos de mi aprecio.

Después, entre bastidores,

me propuse mejorar,

aplicarme, destacar,

halagar a mis captores.

Y al tiempo volviste a posar

en mi persona los ojos.

Y yo, obediente, de hinojos,

impaciente por mostrar,

a pesar de mis sonrojos,

que era digna de servir,

de complacer, sin pedir,

sin mostrar jamás enojos,

no a un rey, sultán o visir,

si no a alguien mucho mejor,

a Vos, Administrador,

dedicaba mi latir.

Y ahora sois mi Señor,

y ahora vivo encandilada

a sus pies, enamorada,

sirviéndole con fervor.

Y me deja anonadada,

que fui indómita y salvaje

y ahora rindo vasallaje

más feliz que libertada.

domingo, 6 de junio de 2010

La leyenda de la Piedra del Hogar.

Camino a los aposentos de mi Amo hay un tapiz sobre uno de los muros que representa una escena en la que un hombre sostiene una piedra y se la muestra a otras personas. Pregunté por ello a mi Señor y me respondió distraídamente que era la historia de Hesius. Ante mi cara de incomprensión, debió de recordar que soy bárbara y reclinándose en el sillón me explicó la historia del héroe.

Hesius o Hersius es un héroe mítico al que se atribuye la fundación de Ar como ciudad. La leyenda dice que realizó importantes trabajos para los Reyes Sacerdotes y que éstos le habían prometido una gran recompensa. Cuando el momento de recibir tal premio llegó, Hesius esperaba riquezas, oro y plata, pero solo le dieron una piedra grisácea, deslucida y plana con un carácter grabado. Hesius miró la piedra, extrañado y sintiéndose presa de un engaño.

- Pero... es solo una piedra.- dijo a los Reyes Sacerdotes. Ellos le respondieron:
- Ésta piedra es más valiosa que la plata y el oro.- a lo que Hesius insistió:
- Es solo una piedra.
- No- dijeron los Reyes Sacerdotes- esta piedra es más valiosa de lo que puedes imaginar. Es una Piedra del Hogar.

Hesius miró la piedra y vió que el carácter grabado en ella era el correspondiente a la primera letra del nombre de su aldea y, aceptando el obsequio con gratitud, volvió a su pueblo natal. La aldea estaba en conflicto, todos peleaban unos con otros y nadie miraba por el prójimo. Hesius enseñó la piedra a algunos aldeanos y un sabio le preguntó:

-¿Qué es esta piedra?- Hesius le explicó que los Reyes Sacerdotes decían que era una Piedra del Hogar y que era más valiosa que la plata y el oro.- Entonces debe ser cierto.- Dijo el Sabio.

Los aldeanos preguntaron:

- ¿De quién es la Piedra del Hogar, tuya o nuestra?
- Nuestra.- Respondio Hesius.

Y los habitantes de la aldea depusieron las armas y no volvieron a levantarlas contra alguien que compartía su Piedra del Hogar. Y llamaron a la aldea "Ar".
Me dijo que si me porto bien, a lo mejor un día me lleva a ver los mármoles del artista Aurobian que narran la historia en imágenes y yo me fui, contenta ante la perspectiva, a continuar con mis quehaceres.

jueves, 27 de mayo de 2010

Ruidos en la noche.

He estado mirando mapas de Gor y he mirado el recorrido aproximado que hice hasta llegar a Ar. Lo he calcado y he marcado el camino. La primera cruz sería el lugar donde aparecí, del cual no conozco el nombre. La masa de puntos negros son los Bosques del Norte. En este momento del relato, nos encontrábamos en la línea entre el río y los Montes de Thentis.


Viajamos sin incidentes durante días, ni rastro de los bandidos. Una noche desperté al oir un sonido ululante, parecido al canto de una lechuza. Abrí los ojos y vi a Vera escuchando atentamente. El sonido se repitió, un poco más cerca y ella lo imitó a la perfección. Donna se revolvió, inquieta, a mi lado, lo que hizo que Vera mirase en nuestra dirección y me viera. Me hizo un gesto de silencio con la mano y levantando la cabeza, volvió a ulular. Escuché moverse los arbustos como si algo pasara entre ellos. Me sorprendió la aparente ausencia de la pareja guardias que debería estar de ronda. Salvo por los ruidos extraños, el campamento parecía muy calmado, casi irrealmente en silencio. Ni un bosko se movía ni se escuchaba a un solo tharlarión, no había susurros ni rozar de telas. Tenía miedo de lo que fuese que rondaba la zona, pero no me atreví a musitar siquiera la preguta a Vera. Antes de que pudiera reunir valor para hacerlo, una mano me tapó la boca por la espalda y sentí algo afilado apoyado en mi cuello. Vera me repitió el gesto de silencio acompañado de otro, la mano moviéndose horizontalmente frente a su garganta. Comprendí el mensaje y no me moví, pero mi captor no aflojó la presa. Detrás de Vera aparecieron un par de muchachas, con la piel pintada de vivos colores y apenas cubiertas con pieles moteadas. No hicieron ningún ruido al caminar ni al detenerse y acuclillarse junto a la rubia. No hablaron. Una de ellas manipuló el collar que apresaba el cuello de Vera y éste se abrió con un ligero "click". Lo depositaron sobre la hierba, con cuidado, para que las cadenas no tintineasen. Las kajirae ni se movieron. Al parecer yo era la única que observaba la escena nocturna. Vera se despojó del camisk y se vistió con pieles que las otras le entregaron, aunque se llevó la prenda de esclava. No quería que los eslines pudieran seguir su rastro. El instrumento aguzado se separó de mi cuello y la mano soltó mi rostro. Las cuatro mujeres desaparecieron en la noche.

No pude dormir, pero fingí hacerlo. Supuse que debería haber dado la voz de alarma y, al no haberlo hecho, temía ser castigada. Cuando los hombres despertaron, encontraron a los dos eslines inconscientes, durmiendo, con sendos dardos alojados en su pelaje, así como a los guardias de la última ronda, desmadejados y maniatados, aún bajo los efectos del somnífero. Junto al collar abierto que había ceñido el cuello de Vera, estaba la pequeña llave dorada que Hokur guardaba. De alguna forma, se las habían ingeniado para arrebatársela mientras descansaba. Yo intuía que habían sido aquellas mujeres salvajes de los Bosques del Norte, las panteras, y los comentarios de los guardias al examinar los dardos y comprobar que era Vera la que faltaba lo confirmaron. No le dije a nadie lo que había visto. Donna me contó que Vera era una pantera a la que habían conseguido atrapar. Pregunté que por qué no nos habían liberado a las demás y me dijo que las panteras desprecian a las esclavas, puede que incluso más que a los hombres. "Entonces, ¿por qué han venido a por Vera?" pregunté "¿no era igual de esclava que nosotras?" Donna se encogió de hombros, no lo sabía. Mis esperanzas de escapar y reunirme con las mujeres guerreras murieron. Aunque lo consiguiese, no me aceptarían entre ellas, lo más probable era que me revendieran a otro esclavista. Al menos Vera volvía a ser libre.

miércoles, 26 de mayo de 2010

El Laurius.

Hacia el anochecer, llegamos cerca de la orilla del Laurius. Hokur decidió que acampáramos allí, no quería arriesgarse a vadear el río sin luz. Como tantas veces, dormimos apiñadas, encadenadas para evitar que huyéramos. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, nos pusimos en pie y ayudamos a preparar el desayuno. Luego comenzó el trabajo de verdad.

Hokur y sus guardias conocían la zona y sabían perfectamente por donde era posible pasar con los carros. Había un fragmento de río de lecho firme y que cubría poco, por ahí condujeron a los boskos. Tuvimos que ayudar a empujar los carros cuando se enganchaban con alguna roca y evitar que la corriente los desviara. Era un trabajo pesado, a pesar de la ayuda de los propios guardias y los animales de tiro, pero si alguien trataba de escaquearse, notaba el mordisco del látigo en la espalda. Tardamos unos cuantos ahns, pero conseguimos que la caravana al completo pasase a la otra orilla. De nuevo, nos subieron a los carros y continuamos el viaje hacia el este. Estábamos cansadas y volver a viajar sentadas fue una bendición. Cuando ya llevábamos un rato de viaje, una de las kajiras comenzó a cuchichear animadamente con otra. Era Ayla, una muchacha que de vez en cuando dormía con Hokur. Ante las peticiones del resto, levantó un poco la voz para que la oyéramos. El esclavista le había contado el motivo por el que habíamos variado la ruta y a dónde nos dirigíamos. Lo que los guardias habían encontrado delante, en el camino, eran los restos calcinados de otra caravana de esclavos y las huellas inconfundibles de varios tarns de guerra. Al parecer, había bandidos operando por la zona y Hokur no quería arriesgarse, por ello había decidido viajar hasta el este, a la ciudad de Thentis, y pagar el transporte en tarn a Ar. Resultaría un poco más caro, pero nada en comparación a sus pérdidas si los asaltadores destrozaban la caravana.

Ahora ya sabíamos a dónde íbamos.

domingo, 23 de mayo de 2010

Algo pasa.

Durante una semana, avanzamos hacia el sur. El viaje, a pesar de ir sentadas en los carros, era cansado y monótono. El traqueteo de las ruedas y los mugientes boskos era todo lo que oíamos y, de vez en cuando, alguna orden a voz en grito o las risas de los hombres. Parábamos a medio día y al anochecer. Cada parada, nos sacaban de las carretas y debíamos traer leña, encender el fuego, acarrear agua o cocinar. Si había un arroyo cerca, afluente del Laurius, nos permitían tomar un baño. El tiempo era seco y caluroso y se agradecía el frescor del agua. Hokur pasaba revista de vez en cuando y elegía a las kajirae que le habrían de servir a él y a sus hombres durante la comida. Nunca me eligió a mí.

Donna resultó ser un gran apoyo. A veces, las kajirae parecían una jauría, se encaraban unas con otras luchando por el liderazgo como perros rabiosos. Si no era por ser la que más poder tenía entre nosotras, era por un pedazo de carne o por un objeto sin aparente valor. Yo trataba de mantenerme alejada de los conflictos y, si resultaba enredada en uno, Donna me defendía. Vera tampoco se inmiscuía en las peleas, siempre estaba sola y hablaba poco. Parecía mirarnos a todas por encima del hombro.

Un día uno de los dos guardias que iban adelantados al grueso de la caravana a modo de avanzadilla volvió haciendo correr a su montura. El animal en cuestión se llama tharlarión. Es una especie de lagarto enorme, aunque al parecer existen diversos tipos. Hay tharlariones marinos, de cuatro patas, de dos, grandes, pequeños… Los que venían en la caravana eran altos, caminaban sobre dos poderosos cuartos traseros y tenían la cola larga y flexible. En conjunto, recordaban a uno de esos dinosaurios que suelen estar representados en los libros de historia, uno tipo velocirraptor. El guardia se detuvo e intercambió unas palabras con Hokur, que ordenó que la caravana se detuviese. Hizo bajar a otro guardia de su montura y subió al tharlarión, siguiendo al primer guardia hasta que dejamos de verlos. Dentro de la carreta, todas las chicas cuchicheaban y conjeturaban qué podría estar ocurriendo. La que hacía de vigía, observando por un hueco bajo la lona, informó de que volvían. Hokur ordenó que la caravana cambiase el rumbo y comenzamos a avanzar hacia el este. Aún tendríamos que esperar para enterarnos de qué era lo que había hecho virar el rumbo de nuestro viaje.

jueves, 20 de mayo de 2010

Las morenas de pelo rizado traen mala suerte.

No gano para disgustos con mi Amo. Lleva dos días en cama, febril y de mal humor, bajo los cuidados de los Casta Verde y los míos propios. Aún en ese estado, insiste en trabajar y tiene todas las pieles sembradas de pergaminos y mapas. Pero, aunque es complicado contentarle cuando está tan mohíno y enfadado, lo intento con alegría… porque a éstas alturas podría no tener a quién servir.

Ya es la segunda vez que intentan envenenarlo, aunque ahora han estado más cerca de su objetivo. Por suerte, actuamos con rapidez. Creo que mi Señor se alegra de haberme permitido aprender de los Casta Verde, porque eso me ayudó a saber qué debía hacer y no vacilé al extraer el veneno succionando una herida en forma de aspa que él mismo se hizo con la quiva. Afortunadamente, dado que el traidor ya había alardeado alguna vez de su supuesta “defensa” mencionando la toxina que portaba, mi Amo también llevaba el antídoto. La verdad es que es la persona más desconfiada que he conocido, pero ahora creo que tiene razón al tomar tantas precauciones que podrían resultar incluso ridículas a primera instancia. Pero eso le salvó la vida.

Al menos el atacante descansa ya en diversos estómagos de distintos eslines. Espero que los Reyes Sacerdotes le juzguen como se merece. Como dirían en mi planeta… que se pudra en el Infierno. Y mi Señor pronto volverá a estar en pie tan sano y fuerte como siempre.

lunes, 10 de mayo de 2010

Los tarns.

Ayer estaba haciendo compañía a mi Amo en su despacho y se me ocurrió quejarme de cargazón en los hombros. Me dijo que tenía que fortalecer los brazos para hacer mejor mis tareas y me puso a sujetar un par de volúmenes inmensos de la biblioteca con los brazos extendidos a la altura de los hombros. No se si se me fortalecerán los brazos, pero se que no voy a volver a quejarme de que me duele la espalda.

Después de un rato me dejó descansar y estuve curioseando sus papeles. Se sorprendió de que supiera leer goreano… ¡no se donde tiene la cabeza! Acabamos hablando sobre tarns y el por qué me dan miedo. Supongo que para alguien que ha estado viéndolos toda la vida no le parece peligroso que haya halcones de nueve metros de envergadura, pero a mí no me inspiran ninguna confianza. Al final, ha considerado necesario llevarme a verlos para que se me pase el miedo. Por el camino fuimos hablando de que los eslines son más violentos y no me asustan tanto… pero los eslines son mamíferos y más o menos puedes saber lo que están tramando, las aves siempre tienen la misma expresión impenetrable ¿cómo sabes cuando debes apartarte para no llevarte un picotazo?

- Tú estate tranquila.- me dijo al ver que iba dando saltitos. Visitamos uno de los establos y me sorprendió lo grandes que eran los tarns. Más aún cuando mi Señor, riendo, me dijo que aún eran polluelos. De los que ya tienen plumas pero aún no controlan muy bien lo de volar.


Creo que ya no me dan miedo. Hasta tengo ganas de que me lleve a dar un paseo volando.