Durante una semana, avanzamos hacia el sur. El viaje, a pesar de ir sentadas en los carros, era cansado y monótono. El traqueteo de las ruedas y los mugientes boskos era todo lo que oíamos y, de vez en cuando, alguna orden a voz en grito o las risas de los hombres. Parábamos a medio día y al anochecer. Cada parada, nos sacaban de las carretas y debíamos traer leña, encender el fuego, acarrear agua o cocinar. Si había un arroyo cerca, afluente del Laurius, nos permitían tomar un baño. El tiempo era seco y caluroso y se agradecía el frescor del agua. Hokur pasaba revista de vez en cuando y elegía a las kajirae que le habrían de servir a él y a sus hombres durante la comida. Nunca me eligió a mí.
Donna resultó ser un gran apoyo. A veces, las kajirae parecían una jauría, se encaraban unas con otras luchando por el liderazgo como perros rabiosos. Si no era por ser la que más poder tenía entre nosotras, era por un pedazo de carne o por un objeto sin aparente valor. Yo trataba de mantenerme alejada de los conflictos y, si resultaba enredada en uno, Donna me defendía. Vera tampoco se inmiscuía en las peleas, siempre estaba sola y hablaba poco. Parecía mirarnos a todas por encima del hombro.
Un día uno de los dos guardias que iban adelantados al grueso de la caravana a modo de avanzadilla volvió haciendo correr a su montura. El animal en cuestión se llama tharlarión. Es una especie de lagarto enorme, aunque al parecer existen diversos tipos. Hay tharlariones marinos, de cuatro patas, de dos, grandes, pequeños… Los que venían en la caravana eran altos, caminaban sobre dos poderosos cuartos traseros y tenían la cola larga y flexible. En conjunto, recordaban a uno de esos dinosaurios que suelen estar representados en los libros de historia, uno tipo velocirraptor. El guardia se detuvo e intercambió unas palabras con Hokur, que ordenó que la caravana se detuviese. Hizo bajar a otro guardia de su montura y subió al tharlarión, siguiendo al primer guardia hasta que dejamos de verlos. Dentro de la carreta, todas las chicas cuchicheaban y conjeturaban qué podría estar ocurriendo. La que hacía de vigía, observando por un hueco bajo la lona, informó de que volvían. Hokur ordenó que la caravana cambiase el rumbo y comenzamos a avanzar hacia el este. Aún tendríamos que esperar para enterarnos de qué era lo que había hecho virar el rumbo de nuestro viaje.
Donna resultó ser un gran apoyo. A veces, las kajirae parecían una jauría, se encaraban unas con otras luchando por el liderazgo como perros rabiosos. Si no era por ser la que más poder tenía entre nosotras, era por un pedazo de carne o por un objeto sin aparente valor. Yo trataba de mantenerme alejada de los conflictos y, si resultaba enredada en uno, Donna me defendía. Vera tampoco se inmiscuía en las peleas, siempre estaba sola y hablaba poco. Parecía mirarnos a todas por encima del hombro.
Un día uno de los dos guardias que iban adelantados al grueso de la caravana a modo de avanzadilla volvió haciendo correr a su montura. El animal en cuestión se llama tharlarión. Es una especie de lagarto enorme, aunque al parecer existen diversos tipos. Hay tharlariones marinos, de cuatro patas, de dos, grandes, pequeños… Los que venían en la caravana eran altos, caminaban sobre dos poderosos cuartos traseros y tenían la cola larga y flexible. En conjunto, recordaban a uno de esos dinosaurios que suelen estar representados en los libros de historia, uno tipo velocirraptor. El guardia se detuvo e intercambió unas palabras con Hokur, que ordenó que la caravana se detuviese. Hizo bajar a otro guardia de su montura y subió al tharlarión, siguiendo al primer guardia hasta que dejamos de verlos. Dentro de la carreta, todas las chicas cuchicheaban y conjeturaban qué podría estar ocurriendo. La que hacía de vigía, observando por un hueco bajo la lona, informó de que volvían. Hokur ordenó que la caravana cambiase el rumbo y comenzamos a avanzar hacia el este. Aún tendríamos que esperar para enterarnos de qué era lo que había hecho virar el rumbo de nuestro viaje.
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