miércoles, 26 de mayo de 2010

El Laurius.

Hacia el anochecer, llegamos cerca de la orilla del Laurius. Hokur decidió que acampáramos allí, no quería arriesgarse a vadear el río sin luz. Como tantas veces, dormimos apiñadas, encadenadas para evitar que huyéramos. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, nos pusimos en pie y ayudamos a preparar el desayuno. Luego comenzó el trabajo de verdad.

Hokur y sus guardias conocían la zona y sabían perfectamente por donde era posible pasar con los carros. Había un fragmento de río de lecho firme y que cubría poco, por ahí condujeron a los boskos. Tuvimos que ayudar a empujar los carros cuando se enganchaban con alguna roca y evitar que la corriente los desviara. Era un trabajo pesado, a pesar de la ayuda de los propios guardias y los animales de tiro, pero si alguien trataba de escaquearse, notaba el mordisco del látigo en la espalda. Tardamos unos cuantos ahns, pero conseguimos que la caravana al completo pasase a la otra orilla. De nuevo, nos subieron a los carros y continuamos el viaje hacia el este. Estábamos cansadas y volver a viajar sentadas fue una bendición. Cuando ya llevábamos un rato de viaje, una de las kajiras comenzó a cuchichear animadamente con otra. Era Ayla, una muchacha que de vez en cuando dormía con Hokur. Ante las peticiones del resto, levantó un poco la voz para que la oyéramos. El esclavista le había contado el motivo por el que habíamos variado la ruta y a dónde nos dirigíamos. Lo que los guardias habían encontrado delante, en el camino, eran los restos calcinados de otra caravana de esclavos y las huellas inconfundibles de varios tarns de guerra. Al parecer, había bandidos operando por la zona y Hokur no quería arriesgarse, por ello había decidido viajar hasta el este, a la ciudad de Thentis, y pagar el transporte en tarn a Ar. Resultaría un poco más caro, pero nada en comparación a sus pérdidas si los asaltadores destrozaban la caravana.

Ahora ya sabíamos a dónde íbamos.

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