miércoles, 31 de marzo de 2010

La cadena de Hokur.

Cuando llegamos al otro almacén, me cogió de la cabeza y me arrojó dentro de una de las jaulas, sin quitarme los grilletes. Ahogué un quejido al impactar contra el suelo y oí la puerta cerrarse con un chasquido metálico. Me incorporé con cierta dificultad y miré alrededor. En la jaula había otras dos chicas, una morena de pelo liso con la mirada dura y una alta y rubia que estaba sentada en un rincón, ignorándome. La morena se me acercó y se puso en cuclillas delante de mí, mirándome con curiosidad. Bajé la cabeza, pero ella me agarró de la barbilla y tiró hacia arriba.

- Bonitos ojos.- Me dijo. Luego se fijó en mi muslo sin marcar y, con una aviesa sonrisa, continuó.- No durará así mucho tiempo.

Yo no contesté. Volvió a su rincón y se sentó, apoyando la espalda en los barrotes. La rubia seguía inmersa en sus pensamientos. Me coloqué lo más cómodamente que pude, pero los grilletes me molestaban. Observé que, efectivamente, el resto de las esclavas de ésta cadena ostentaban la marca sobre su piel. Quise acariciar mi aún inmaculada pierna, pero no podía hacerlo con las manos atadas a la espalda. Repentinamente, me abrumó la realidad de estar lejos de casa, lejos de la civilización, lejos de las costumbres que conocía. Me sorpendió no haberme percatado antes del hecho de que nunca iba a volver. Fue como si mi corazón se quedase parado, congelado, y mi cerebro chispease por la descarga de información. Era como si una barrera que bloqueaba mis pensamientos se hubiera roto y todo el horror inundase mi cabeza, mi cuerpo, mi espíritu. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Un guardia golpeó los barrotes y yo me abstuve de hacer ruido. La realidad de Gor estaba haciendo mella en mí.

Trajeron la comida. Yo no podía usar las manos y empezaba a enfadarme por ello. La chica rubia me acercó el cuenco y yo la miré, enarcando una ceja.

- Prueba a comer como un animal.- Se rió burlonamente.

- Déjala, Vera.- La chica morena se acercó a nosotras y tomó un pedazo del engrudo de gachas entre los dedos. Me lo acercó a la boca y yo lo cogí, agradecida.

- Eres una aguafiestas, Donna.- Vera se alejó con su comida.

Dona me alimentó y me ayudó a beber agua. No parecía tan dura y terrible como al principio y me empezó a caer bien. Después de comer, se sentó a mi lado y estuvimos hablando. Me dijo que había sido una estúpida intentando escapar, algo que yo corroboré. Me sentía como una niñata sin dos dedos de frente. Me explicó que nuestro actual dueño, el esclavista, se llamaba Hokur, y que también se iba a dirigir a Ar. También sugirió que debería portarme de forma impecable a partir de ahora. Me señaló la espalda de una de las chicas de la jaula vecina, cruzada por profundos arañazos escarlata. La habían castigado el día anterior por remolonear. Bebí de sus palabras y de sus consejos, esperando que me fueran útiles. No quería que me volvieran a pegar.

Por la noche, Hokur hizo acto de presencia en el almacén y vino a nuestra jaula. Me llamó con un gesto y yo me apresuré a acercarme, arrodillándome tal y como él me había indicado por la mañana. Mantuve la mirada baja. Metió la mano entre los barrotes y me acarició la cabeza.

- ¿Cómo te llamas, esclava?

Donna ya me había instruído acerca de qué contestar.

- Ana, si eso le complace, Amo.

Él rió sonoramente.

- Ya no pareces tan rebelde, kajira. A partir de ahora responderás al nombre de Ataravis. Ya tengo otra Ana en mi cadena.

Yo asentí en silencio. Era la primera vez que cambiaba de nombre. Me ordenó darme la vuelta y me quitó los grilletes. Me froté los brazos, tratando de restablecer la circulación.

- Gracias, Amo.- Musité.

- Tenéis que descansar, mañana partimos hacia Ar.- Fue toda su respuesta. Se dio la vuelta y se fue.

Me tendí en el suelo, dispuesta a dormir, y Donna se acercó a mí y me abrazó. Vera se mantuvo alejada. No tardé mucho en caer presa del sueño.

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