martes, 30 de marzo de 2010

Laura.

Tras el episodio de los eslines, teníamos una chica menos en la cadena y yo subí un puesto. Seguía estando entre las últimas, porque no tenía instrucción y lo mejor que sabía hacer era hablar goreano. Dina tenía un puesto más alto, no solo por sus habilidades, sino por su belleza. Me sorprendía esta característica en todas las mujeres que había visto en Gor, todas eran verdaderas preciosidades que me hacían sentir como la fea de la clase.

El resto del viaje transcurrió con tranquilidad. Nethet parecía impaciente por llenar sus bolsillos de dinero tras nuestra venta y azuzaba a los mugientes boskos durante el día. Bort no se acercaba a mí si estaba Nethet delante y no volví a dejar que me encontrara sola.

Un día, a media tarde, llegamos a Laura. Se trataba de una ciudad dedicada al comercio situada junto a un río. Nos bajaron de los carros y, encadenadas unas a otras, entramos en la población. Los edificios eran de madera, había multitud de tabernas y almacenes. Dina me había dicho que al ser primavera, era la época de la gran batida de esclavas. Yo no tenía muy claro qué sería eso, pero sabía que no quería acabar como esclava en una taberna. Las demás chicas me habían contado que cualquier libre puede pagar y violarte. Era, claramente, un prostíbulo. Un extraño prostíbulo en un extraño mundo. Sin embargo, el plan de Nethet era culminar la venta en la ciudad de Ar, al sureste. En Laura pensaba vender solo a algunas de nosotras y adquirir nuevas esclavas.

Nos llevaron a una especie de almacén plagado de jaulas y allí nos encerraron, tres esclavas por celda. Ninguna quería ser vendida en Laura, no debía de ser un destino agradable. Al ser una de las esclavas menos valiosas, empezó a preocuparme que me vendieran allí, donde los precios eran más bajos. Me di cuenta de que, ya que acabaría por tener un Amo, prefería que no fuese alguien inculto y bruto. También podía intentar escapar, me habían contado que en los bosques del norte, al lado de Laura, vivían las panteras, mujeres libres y luchadoras. Yo había disparado con arco y practicado esgrima en la tierra, tal vez me consideraran útil. Alimenté esa esperanza durante días, pero pronto estuvo claro que no iba a ser tan facil huir.

A veces, Bort venía a verme al almacén, pero no me tocaba. Los barrotes estaban entre nosotros. A pesar de estar encerrada, me sentía más segura a éste lado de la reja.

Llegó otra caravana y el almacén contiguo al nuestro se llenó de chicas. El otro mercader vino a visitarnos. Era alto y fuerte, con el pelo hirsuto y los ojos feroces. Daba más miedo que Nethet, e incluso que Bort. Procuré no parecer atractiva, no quería que me vendieran. Obedecí, arrodillándome cuando me lo pidieron, pronunciando "Cómprame, Amo.", exactamente igual que todas las demás, pero con desgana y torpeza fingida. No quería ser comprada por aquel hombre de fieros ojos. Sin embargo, él se quedó mirándome. Me puse nerviosa. Leí en su mirada que se había percatado de mi truco y tuve miedo. Tal vez me delatara y me castigaran. Me ordenó levantarme y caminar por la celda. En esta ocasión, lo hice lo mejor que pude, no quería desairarle. Me llamó y me hizo arrodillarme de nuevo. Corrigió mi postura con su látigo.

- ¿Qué se dice, esclava?

Estaba perdida. Tragué saliva y respondí:

- Cómprame, Amo.

Entonces, me tocó con el mango del látigo. No mantuve la postura, grité, sorprendida, y caí hacia atrás, alejándome de él. Se rió de mí, y el resto de las chicas y guardias le corearon. Sentí como enrojecía, no sabía si de vergüenza o de rabia. Llamó a Nethet y hablaron un rato, un poco alejados. Volvieron y abrieron la puerta de mi jaula. Nethet me ordenó salir. Caminé, vacilante, hacia la salida y, una vez allí, salté hacia delante, empujándolo. Sorpendido, no reaccionó y yo corrí sin mirar atrás. Por supuesto, un guardia me cogió. Me retorcí y le mordí en el brazo con todas mis fuerzas. Gruñó, me arrojó al suelo y me sujetó por el cabello, apretando mi rostro contra el pavimento. Intenté liberarme en vano. No estaba segura de qué era lo que me había hecho comportarme así, intentando huir sabiendo que no había posibilidades de conseguirlo. Ante mis ojos aparecieron unas sandalias y miré hacia arriba con el rabillo del ojo. Era el nuevo esclavista. Apartó al guardia y él mismo me levantó, tirando de mi cabello. Me dolió, pero no deje escapar ni un quejido. Estaba enfadado y tuve aún más miedo que antes. Me abofeteó con fuerza y yo encogí mi cuerpo, pero no me quejé. Volvió a golpearme. Gemí levemente. Me había cortado el labio con los dientes y sangraba. Me dejó caer al suelo y me puso unos grilletes en las manos. Guiándome con la cadena, me arrastró hasta sus caravanas.

Yo le seguí, dolorida y rabiosa. Le odiaba. Le odiaba con todas mis fuerzas y quería matarlo.

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