martes, 16 de marzo de 2010

El kef.

Tras unos días asentados en las afueras de la ciudad, Nethet decidió que quería viajar hacia otra, llamada Laura. Los carros, tirados por los boskos, empezaron a moverse lenta y constantemente, con nosotras dentro. A veces parábamos y nos dejaban bañarnos en algún riachuelo. La mayor parte del tiempo, las kajirae reíamos y jugábamos juntas, aunque a veces había problemas entre nosotras. La primera chica de la cadena era una joven rubia de ojos azules llamada Leah, muy guapa y, lamentablemente, muy agresiva y territorial. Solía tener disputas con las demás y, aunque yo trataba de pasar desapercibida, un día me tocó a mí.

Estaba sola, acicalando mi cabello con un peine de hueso que me había prestado Dina. Una sombra se cernió sobre mí y me di la vuelta, temiendo que fuese un Amo. Cuando ví que solo era Leah, continué mi tarea, canturreando. De pronto, me vi en el suelo, latiéndome la sien. Me había golpeado y forcejeaba conmigo para quitarme el peine. Si hubiera sido mío, se lo hubiera dado, pero era de Dina. Rodamos por la hierba, gruñendo como animales. Le tiré del pelo con saña y le mordí en la mano antes de que Bort nos separara tirándonos encima un cubo de agua. Me alejé, aún gruñendo y corrí en busca de Dina y Janice. Sentí los ojos de Leah clavados en mi espalda.

A partir de aquel día no me dejó en paz, me acosaba constantemente. Me alegré cuando, en medio del viaje, nos encontramos con otra caravana de mercaderes de esclavos. Con un poco de suerte, una de las dos sería vendida y no tendríamos que convivir más. Nos colocaron a todas atadas por el tobillo a una cadena que iba de árbol a árbol. Uno de los mercaderes se paseó ante nosotras y, a su paso, debíamos pronunciar la frase "Cómprame, Amo". A veces se paraba ante alguna chica y la examinaba. A mí me miró la boca y, descubriendo un par de empastes, gruñó: "Bárbara" y se alejó. Nethet iba tras él, narrándole las maravillas de cada chica. Al pasar frente a Janice, se paró de nuevo. A ella no le dijo "Bárbara" con ese desprecio, sino que preguntó por sus habilidades. Janice tenía instrucción, sabía bailar, servir, leer y escribir goreano y multitud de cosas cuyo nombre yo desconocía. La compró. Yo gemí, desencantada. Se llevaban a una de las dos únicas amigas que tenía en la cadena. Por suerte, a Dina ya la habían dejado atrás. Al final de la cadena, en la primera posición, estaba Leah. Para mi regocijo, también la adquirieron. Nethet y Bort pasearon por las cadenas de la otra caravana y compraron a una chica joven de pelo liso y castaño que sabía tocar el sitar.

Entonces, vi con horror que ataban a Janice y a Leah a sendas ruedas de carro y cómo calentaban un hierro de marcar. Yo había visto ese procedimiento para marcar reses en mi planeta natal y siempre me había parecido una práctica inhumana. Un hombre fornido levantó el camisk de Janice y presionó el hierro contra su piel. Ella gritó, pero no podía moverse. Él no se apresuró, retiró el hierro con parsimonia y observó que la marca había quedado bien. Otro hombre aplicó una especie de pomada sobre la herida. Repitieron la operación con Leah. Me fijé en los muslos del resto de las chicas de aquella caravana. Todas llevaban la marca. En cuanto pude, pregunté a Dina que por qué lo hacían. Me dijo que era una forma de distinguir a los esclavos de los libres y que servía para convencernos de nuestra condición de kajiras. También me dijo que Nethet no tenía costumbre de marcar a sus esclavas, porque algunos Amos prefieren hacerlo ellos mismos. No fue ningún consuelo, supuse que si algún día conseguía venderme, algún otro goreano quemaría mi piel con un hierro de marcar.

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